Relación entre arte y vida
El ser
humano, en su relación con la totalidad que lo rodea, ocupa un lugar en el que
coexisten mito y razón. Kusch denomina doble vectorialidad del pensar a la
necesidad de integrar lo mítico y lo racional; establece que hay dos existires,
uno auténtico y otro inauténtico, y este último se basa en conformarse con la
utilidad del mundo. El auténtico, por el contrario, busca la verdad del ser más
allá de lo superficial de la vida común. Aquí es cuando entra en juego la
coexistencia del mito y la razón, a partir de lo cual se desarrolló una nueva
visión del hombre que el modelo hegemónico occidental siempre se negó a
comprender. Lo que no es comprendido, es
automáticamente demonizado: Europa era la portadora de la razón, y todo lo que
escapa a la razón es siniestro. De allí su necesidad de iluminar a nuestras
culturas originarias, y de allí el hecho de que América terminase escindida y colmada
de opuestos y contrarios: dos culturas en un mismo continente colonizado, una
oficial que transita en las universidades y las capas medias o ilustradas y una
subterránea que se mantiene oculta y que cada tanto aflora.
Relación entre arte y vida en el arte latinoamericano
Badii
define la identidad como un deseo creativo que brota de nuestro pensamiento,
resultado de nuestro sentir. En un país como el nuestro, formado a partir de
las concepciones estéticas europeas colonizadoras, resalta la necesidad de
reconocer la cultura aborigen y su transformación a través del arte colonial,
para tomarlas como cimientos de nuestro arte actual (según el escritor, un arte
que no inicie su historia con Prilidiano Pueyrredón o Cafferata). Lo que
resulta interesante y que, a su vez, vuelve única a la cultura latinoamericana,
es la dualidad producto de la conquista: el espíritu latino es una fusión entre
lo propio originario y lo impuesto transformado y resignificado.
Desarrollo
del concepto a partir de una obra
“Exorcismo en Plaza Miserere”
Artista: Juan Maffi
Modalidad: Instalación
Mujer
Altar. 250 x 150 cm
Monje.
220 x 100 x 80 cm
Suplicantes.
220 x 100 x 60 cm
Retablo.
220 x 100 x 60
Lobo
Diablo. 200 x 80 x 80 cm
Materiales: Adobe, osamentas, cuero
crudo, ramas, velas, cemento patinado.
El hombre
persiste en su condición biológica de mamífero, moviéndose en tejidos de signos
y palabras, gestos y océanos de historia. Pero uno de los grandes logros en la
estrategia de dominación etnocéntrica, es el haber implantado su línea de
pensamiento sobre lo tenebroso alejado de la civilización, en la propia cultura
sometida. El mismo hombre latino teme a la realidad extraña previa a sus pisadas,
niega lo tenebroso y demoníaco a la espera de una mutación. Maffi utiliza el
exorcismo como una perpetua convalecencia que debe cerrarse por un instante
sobre sí, para que pueda, nueva e imprevisiblemente, nacer de su propia
imposibilidad. El artista apuesta al triunfo de la historia siempre postergada,
pero que está inscripta como un hueco en el sordo malestar de la cultura.
Las alusiones a la ganadería y
los personajes de adobe son elocuentes, y nos presentan a la pampa húmeda como
a un personaje trágico, muy lejos del tradicional recurso paisajístico basado
en lo inhóspito y deshabitado. Muy por el contrario, las esculturas nos
interpelan desde la pasión destemplada, desde la muerte con sus atributos más
emblemáticos y desde las alusiones sexuales; usando además en todo momento, a
la violencia como hilo conductor de toda la propuesta metafórica. Maffi
parece compartir la idea de Badii de, en vez de someterse a la concepción del
buen gusto de las metrópolis culturales, adherir al siniestrismo con un arte
auténtico.
Transitar
la instalación genera una actitud de carácter existencialista, en la cual se
permanece próximo a lo divino de la realidad de figuras monstruosas rodeadas de
cueros crudos de animales en el suelo. Se origina un estar con el tiempo del
sacrificio, un espacio en el que convive lo sagrado y lo profano al mismo
tiempo. Se da una apertura a la sacralidad de la materia zoomorfa, a la secreta
voluntad divina que anida en cada parte de ese tiempo, al mito como epifanía o
revelación narrativa de los orígenes de la vida y como generador de un modo ético para permanecer dentro de un
orden sagrado.
La expresión artística es el reflejo de la esencia
de los pueblos. Lo que los europeos nos
ligaron no fue plasmado sobre una tábula rasa como ellos probablemente
pensaron, en su concepción del indígena como ser vacío de contenido y sumido en
las tinieblas de la ignorancia, hasta que cayera el ilustrado a volcar
conocimientos y razón en esa cultura que arrancaba desde cero. Por el contrario,
lo impuesto en la colonización cayó sobre una base ya de por sí riquísima de
contenido. El arte es un gran testimonio de como una aparente contradicción
acaba siendo en realidad una complementación de opuestos: la cultura hegemónica
impone pero la oprimida desarticula por naturaleza innata parte de la misma, y
de aquí surge un nuevo fruto. Es esta fusión la que al fin y al cabo termina
formando la identidad latinoamericana.